Un día viajando en un
tren, vi a una madre que jugaba con su hijo de aproximadamente un año. Se
miraban y sostenían un diálogo con la mirada, sin decir nada. Se hacían gestos,
se hacían cosquillas, se reían. Sentía como si estuviese jugando con ellos
porque disfrutaba viéndoles. De pronto, una voz me susurró: “Mira, le están
tejiendo su LIBEMOR”.
Una señora, ya
entrada en años, observaba esa misma escena mientras atisbaba una sonrisa. ¿No
puedes verla? - me preguntó-. Ya casi está terminada, volvía a recalcar.
¿LIBEMOR? ¿Qué es
eso? – le pregunté-. Explíquemelo, por favor – le insistí. Y así lo hizo:
Aunque es invisible, lo hace sentir confiado y autónomo y puede ir separándose de su mamá. Se teje con los hilos de sus propias madres. Cuando las madres se sienten amadas, cumplen mejor su tarea. Es imprescindible que la capa tenga la cantidad de puntadas exactas. No debe quedar grande ni pequeña. Si se atiende a un niño sin alegría ni esperanza, la capa puede quedar cortita y al niño le faltará protección y confianza en sí mismo. Si la madre lo sobreprotege, le trasmite miedo y la capa será demasiado grande, se enredará en las piernas del niño y no podrá caminar solo.”
¿Cómo sabe las puntadas que debe dar? –le interrumpí.
No te preocupes –me dijo-, cualquier madre sensata lo va intuyendo. Las madres se comunican con sus hijos mirándoles a los ojos. Escuchando cada una de sus palabras. Cada niño va por la vida con su LIBEMOR y así será capaz de confiar, amar y transmitir sus temores o necesidades.
¿Y qué ocurre con los niños que no tienen mamá? –le pregunté.
Esa es una pregunta muy importante –me dijo mientras me miraba fijamente. Todas las personas necesitamos una LIBEMOR y otra persona puede tejerle la suya a un niño si lo ama incondicionalmente, es decir, con amor de madre. Pueden ser padres, tíos, abuelos y otras personas que le trasmiten el poder de amar. Y cuando crecemos y conocemos otro tipo de amor, lo que hacemos es poner nuestra LIBEMOR sobre los hombros de la mujer o el hombre que amamos, lo que te hace conocer la felicidad y no hay nada mejor en el mundo.
Sí, ya la veo. Está quedando preciosa –finalmente contesté mientras observaba como el niño se acurrucaba en los brazos de su madre.
Una historia preciosa. Debemos dar gracias por tener y ser a la vez un LIBEMOR
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